ZITA VEHIL

De pequeña creía en la fantasía. Leía libros de cuentos, era incondicional de Perrault y de Carroll, y creía fervientemente en que todas esas cosas (los personajes, los lugares inventados) existían de verdad.
Con la edad, todo este mundo de magia, hadas y duendes, se quedó obsoleto en el fondo de mi librería.
Pasaba al lado de las estanterías, y sólo veía viejos libros que nunca más leería, porque no creía en ellos.
Así pues, de mis sueños de convertirme en princesa, de viajar a otro mundo de maravilla, o de que los animales hablaran, no quedó más que el recuerdo de haber sido una infancia inocente e imaginativa.

Apartamos de nuestra mente todo lo que fuimos para no ver en qué nos hemos convertido. Mientras que de niños creímos que podíamos llegar a colmar todos nuestros sueños, de adultos nos dimos perfecta cuenta de que el mundo nos había sobrepasado. Que el ángel que guardaba nuestra inocencia ha perdió las alas y ahora es un viejo apático que de vez en cuando nos recuerda con su sóla presencia que una vez hubo algo más, algo que jamás pudimos palpar, ver, u oír... sólo imaginar.

Esta colección de carteles recopila algunos de los cuentos más relevantes de la infancia de cualquier niño, como Alícia en el País de las Maravillas, La Bella durmiente, o el Mago de Oz, y los presenta con la mirada adulta que ya no se entrega con toda la ingenuidad a ellos. Jugando con esa ambigüedad, presento carteles con tonos oscuros, algunos casi siniestros. Personajes felices se convierten en oscuras damas o en rostros repetitivos que ya no forman parte del cuento, sino de un simple reclamo.

Existe también otro tipo de cartel, una serie de un ángel caído que es transportado por dos niños por un país blanco y negro. El país es así porque el ángel está ciego y, al no poder percibir la luz, tampoco ve los colores. Sin ese componente, el paisaje se convierte en un amontonamiento de puntos negros y espacios blancos. Un sinsentido; la vida misma.



Zita V.
miatlantida@hotmail.com